viernes, agosto 19, 2011

Experiencias de mi viaje a Xinjiang. Kashgar, una ciudad milenaria.


Domingo 7 de agosto, 2011

Por fin estoy en Kashgar, una de las ciudades más antiguas de China, considerada la joya arquitectónica de la antigua Ruta de la Seda, donde hace dos mil años los comerciantes llegaban cargados de productos como la seda y el té.

Nunca había estado tan lejos de casa como hoy. Desde el avión he visto que la pequeña ciudad oasis está enclavada en las montañas desérticas, pues a un par de horas se encuentra el desierto Taklamakán, el segundo más grande del mundo.

El 90 por ciento de los habitantes de Kashgar son uygures, por eso se dice que la ciudad es el corazón de esta etnia, aunque no lo será por mucho tiempo si el gobierno chino sigue enviado a más han a vivir a esta emblemática urbe.

Me he instalado en el hotel cerca de las dos de la tarde. No hay tiempo que perder, así que cambio completamente de atuendo para ir a la Mezquita Id Kah, la más gran de China, que data de 1442.

Foto: Gabriela Becerra


Foto: Gabriela Becerra

Siguiendo el viejo proverbio de que “A donde quiera que fueres has lo que vieres”, me enfundé en una larga falda, cubrí mis brazos y pecho con una blusa blanca, y envolví mi cabello en una chalina, toda una mujer musulmana.

Foto: Juan Carlos Zamora

En la mezquita me di cuenta de que el atuendo había sido una exageración, no era necesario taparme tanto, pero también descubrí que era la mejor manera de resguardarse de los fuertes rayos del sol.

Así vestida comencé mi paseo por los alrededores de la mezquita, donde me topé con calles en donde vendían gorros musulmanes, artesanías e instrumentos musicales, pues los uygures gustan del canto y la danza, así como con un mercado donde ofrecían el delicioso pan árabe, la carne de cordero, los raspados de yogurt con miel, y frutas como el melón y la sandía, que tanta fama tienen en China por su dulce sabor.

Foto: Gabriela Becerra

Foto: Gabriela Becerra

Aunque este desfile de comida se veía apetitoso, sólo pude comerme un pan y un raspado de yogurt, pues hace unos días comenzó el mes del Ramadán que, de acuerdo con el calendario musulmán, llama a los fieles del Islam a abstenerse de ingerir alimentos, beber, fumar y tener relaciones sexuales desde el amanecer hasta el atardecer.

El hecho de que pareciera musulmana por mi atuendo no quería decir que lo fuera, y mucho menos que tuviera que hacer el ayuno, pero dadas las circunstancias tuve que seguirlo porque todos los restaurantes musulmanes estaban cerrados.

Con el estómago medio lleno continué mi paseo por los alrededores, donde me encontré con una grata sorpresa: callejones estrechos con casas de adobe y puertas coloridas de madera, techos bajos con vigas de madera, mujeres con vestidos típicos conversando con sus vecinas o realizando la faena cotidiana, y decenas de niños jugando, quienes al verme me recibieron con una sonrisa, como si fuera una más de su grupo, todo un deleite para mis ojos, imágenes perfectas para la lente de mi cámara.

Foto: Gabriela Becerra
Foto: Gabriela Becerra

Foto: Gabriela Becerra

Foto: Gabriela Becerra

Inmediatamente me sentí acogida por los uygur. En la oficina mis compañeros chinos me habían recomendado cuidarme y extremar precauciones, debido a los recientes conflictos y porque consideran a los musulmanes gente “violenta” y sí, me atacaron, pero con decenas de sonrisas.

Como los días son muy largos en verano, pues el sol se va adormir casi a las nueve de la noche, aproveché para visitar la ciudad antigua de Kashgar que se encuentra en una colina. Se trata de un complejo de casas de adobe que se extienden a lo largo de callejones que parecen laberintos.

Para entrar a este lugar tienes que pagar porque es una zona protegida, pero como lo visité a las seis de la tarde la taquilla estaba cerrada, así que me pasé como “Juan por su casa”. No sé si el atuendo me ayudó, porque nadie me dijo nada.

Las casas de adobe que aquí se encuentran tienen una historia de más de mil 700 años y dan cobijo a cientos de familias uygures. Por sus calles se escucha el alboroto de los niños, y sus risas escandalosas y su vitalidad al correr y jugar contrasta con la ciudad antigua que comienza a derrumbarse.

Foto: Gabriela Becerra

Foto: Gabriela Becerra

Foto: Gabriela Becerra

Foto: Gabriela Becerra

Foto: Juan Carlos Zamora

Mi lente no se daba abasto, a donde quiera que apuntaba con ella aparecía una imagen digna de ser retratada, conservada para siempre, antes de que esta ciudad sea devorada por las excavadoras, antes de que lleguen las monstruosas grúas y comiencen a construir los altos edificios chinos sin personalidad.



Para todos los viajeros que anden por estos rumbos les comparto la siguiente información:

Me hospedé en el Seman Hotel. Tiene varias ventajas: hablan inglés, son muy amables, tienen un restaurante con buenos precios, hay Internet y una agencia de viajes por si quieres ir al desierto Taklamakán o al Lago Karakul.

Los precios de las habitaciones son bastante accesibles. Puedes encontrar una para dos personas por 120 yuanes.

Cerca de la Mezquita Id Kah está también el Internacional Hostel, donde por 40 yuanes tienes una cama en una habitación compartida. Hablan inglés, hay Internet y el ambiente es agradable.

Precio Mezquita Id Kah: 30 yuanes
Precio Ciudad Vieja: 30 yuanes

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