martes, septiembre 17, 2013

El amor con características chinas

Liao Mei rompió su habitual silencio. Hasta entonces había pensado que su nivel de español era básico, pero aquel día me sorprendió la manera en que comenzaron a brotar de sus labios adjetivos, verbos, sustantivos y preposiciones para expresarme su tristeza.

Días antes la había notado cabizbaja, distraída y ausente. Su de por sí esbelta figura había perdido en las últimas semanas algunos kilos. Empezó a enfermar, pensé que los nervios por su próximo enlace matrimonial le estaban haciendo una mala jugada.

Con los ojos llorosos, Liao me confesó que su corazón seguía latiendo por Liu Song, un gran amor que meses atrás había fallecido, y con el que había hablado de boda. 

Su pérdida fue profunda, pero en China las veinteañeras no tienen tiempo para pensar demasiado las cosas, sobre todo cuando se trata de conseguir marido, porque “después se hacen viejas y ya nadie las quiere”, como ellas mismas lo dicen.

Aunque Liao negaba sus sentimientos, su cuerpo gritaba dolor a través de los achaques. No era lo único que la ponía triste por aquellos días. Tras la muerte de su enamorado, su relación con la madre de éste se había fortalecido, Liao la visitaba para darle fortaleza y la señora llegó a considerarla como una hija.

Para evitar lastimar a la que hubiera sido su suegra, Liao nunca le comentó que había iniciado noviazgo con Wang Muyi, a los dos meses de enterrar a Liu Song. Ni mucho menos que se había ido a vivir con él ni que la boda estaba próxima.

A la culpa y tristeza de Liao se agregó la frustración de saber que sólo en los cuentos de hadas las princesas se casan y son felices para siempre. 

Cuando todavía no había planes de boda, Liao se fue a vivir a la casa de los padres de Wang Muyi, donde comenzó a enfrentarse con la realidad. Sobre todo porque su enamorado, como muchos chicos en China, se comportaba como un niño que tiene que obedecer a sus padres.

Durante los meses previos a la boda, Liao tuvo también que acatar las órdenes de los futuros suegros.

En China, el “sí, acepto” abarca a toda la familia. Los padres de la pareja se convierten en los tuyos y les debes el mismo respeto y obediencia que a tus padres. Aunque sabía que así lo marcaba la tradición, a Liao esto no le gustaba.

Como tampoco le agradaba tener que enseñar a su prometido el arte del placer sexual, pues a sus 24 años, Wang era virgen. Así que tenía que ser paciente con las eyaculaciones precoces que su chico tenía en cada sesión.

A diferencia de otras chinas, que experimentan su primera relación sexual con su esposo, Liao Mei ya había disfrutado de ciertos placeres, lo que se reflejaba en la sonrisa que la acompañó hasta antes de casarse.

Originaria del sur de China, Liao Mei vino a Beijing a estudiar con la intención de, al terminar su carrera universitaria, conseguir un empleo que le permitiera quedarse en la capital.

Antes de irse a vivir con Wang, Liao vivía en una pequeña habitación en donde sólo cabía una cama y un pequeño mueble para guardar la ropa. 

En Beijing, la renta y venta de bienes inmuebles alcanzan precios muy altos, así que Liao no podía darse muchos lujos. Tan sólo por este reducido espacio pagaba mil 600 yuanes de los casi 3 mil que ganaba al mes.

Por eso, cuando Liao me compartió que se había ido a vivir a la casa de los padres de Wang, pensé que era en parte para ahorrarse la renta. 

Los chinos son pragmáticos en el matrimonio, que no es más que un requisito que deben de cumplir y un intercambio de intereses.

Liao Mei entregaba juventud, belleza, un vientre fértil y obediencia a sus suegros, y a cambio obtenía una vida cómoda, casa y un marido beijinés, lo que a su vez le permitiría residir en la capital china, algo que pocas familias y empleados pueden conseguir cuando emigran de sus provincias a la ciudad, debido a la sobrepoblación.

El dolor de Liao por haber perdido un gran amor, su cuerpo enfermo y su frustrada vida de pareja no eran nada comparado con lo que logró: estar casada antes de los 30 años, uno de los retos sociales más importantes en la vida de una china.

Me era difícil entender a Liao Mei. Un mes antes de la boda, al ver que avanzaba en la dirección contraria a la que realmente quería ir, como oveja rumbo al matadero, le aconsejé tontamente: “No te cases, no hagas algo de lo que te arrepientas, cancela la boda”. Me miró con ojos de “No entiendes nada” y replicó “No puedo”. 

A partir de entonces, la actitud de Liao cambió hacia mí. Cuando la volví a ver le pregunté cómo se sentía y sólo obtuve un “bien” como respuesta.

Sólo días después, al sentir su alejamiento, caí en la cuenta de que habíamos tenido lo que muchos llaman “un choque cultural”, que puso punto final a la complicidad que nuestra amistad había alcanzado. 

No volví a insistir en el tema, creo que Liao no quería más tormentos ni verse cuestionada en una decisión que ya había tomado. Todavía recuerdo cuando me miró como diciendo “No entiendes nada”.

Y sí, no estaba entendiendo, porque mi cultura latina, llena de sentimientos, emociones y romanticismo, me había enseñado que al altar se llega con los pies en la tierra, pero con el corazón enamorado. 

Estaba en China y tenía que enseñar a mis ojos a mirar de otra manera. Quizá Liao Mei sólo esperaba de mí comprensión en una cultura que no les brinda muchas opciones a sus mujeres. 

Y es que, con todo y su tristeza, Liao estaba cumpliendo con lo que sus padres, la sociedad y todo un sistema demandaban de ella.

Poco después recibí la invitación para su boda. El día del enlace, Liao Mei lucía preciosa. Llevaba un vestido blanco largo, al estilo occidental, que más tarde cambió por el tradicional qipao (旗袍). 

Se le vio muy contenta en la fiesta, sólo hubo dos momentos en donde rompió a llorar, en la ceremonia del té, donde ella y su esposo agradecieron a sus padres todo lo que les dieron, y al cantar una melodía que habla de los amores que continúan, independientemente de la distancia o las circunstancias que los separan.

Al interpretar, Liao Mei nunca abrió los ojos para mirar a su esposo. Por la dulzura de su voz y algunas gesticulaciones de dolor y nostalgia, supe que en realidad le cantó a su amado Liu Song.


miércoles, septiembre 04, 2013

Matrimonio al estilo chino

Todavía recuerdo cuando una compañera de trabajo me dijo: “Pronto voy a casarme”. La felicité con un abrazo y una sonrisa. “¿Por qué te emocionas así?”, me cuestionó. “Porque me imagino que debes estar contenta y comparto esa felicidad contigo”. No me respondió, pero por la cara que puso concluí que su boda no le entusiasmaba en lo más mínimo. Llevaba pocos meses viviendo en China, me faltaban muchas cosas por entender.

Con el tiempo y gracias a mis amigos chinos, comencé a entender la forma en la que conciben el matrimonio.

A diferencia de las mujeres latinoamericanas que comúnmente asocian el matrimonio con el amor, las chinas son más pragmáticas y lo ven como un requisito que hay que cumplir para estar en paz con la sociedad y los padres, quienes les presionan para casarse una vez que han concluido la universidad y encontrado un trabajo estable.

Un día, paseando por el Templo del Cielo, uno de los lugares turísticos más emblemáticos de Beijing, robaron mi atención unas hojas de papel colocadas encima de varias jardineras y gente mirándolas con atención y conversando alrededor. Me acerqué curiosa. El contenido de las hojas estaba en caracteres chinos, lo único que reconocía eran números.

Mi amiga Ma Jiao me explicó que en esas hojas los padres escriben información sobre sus hijos para intercambiarla con otros padres, encontrar juntos al mejor candidato para sus “pequeños” y arreglarles una cita a ciegas. Complexión física, edad, trabajo y salario eran algunos de los datos que compartían.

No podía entender cómo los padres chinos tenían que hacer por sus hijos algo que ellos deberían estar disfrutando hacer por sí mismos. Pero con el tiempo entendí que los progenitores chinos intervienen demasiado en la vida de los críos, al grado de elegirles a la persona con la que pasarán el resto de sus días.

Dónde quedan entonces el cortejo y el enamoramiento. De las mejores cosas que me han pasado en la vida es enamorarme, sentir eso que muchos llaman “mariposas en el estómago”, ese andar caminando en las nubes, con la cabeza perdida. ¿A quién no le gusta sentirse deseado, correspondido, amado, elegido entre muchos?

Pero dejemos de lado mi cursilería. ¿Dónde queda el derecho de los hijos a decidir su propio camino, a elegir a su pareja, a equivocarse, a cometer errores y aprender de ellos?

En China, por lo que he visto en cuatro años, este derecho no es tan importante como sí lo es el agradecimiento, la obediencia y el respecto, que raya casi en la devoción, que los hijos profesan a sus padres. 

Por supuesto, este pensamiento chino no es producto de la casualidad, les ha sido heredado desde hace mucho años a través del confucianismo, filosofía que tenía como uno de sus principales pilares la piedad filial, que consiste en honrar y venerar a los padres y brindarles una vida cómoda.

Es así como los hijos terminan prácticamente depositando su ser en las manos de quienes les dieron la vida. 

Que otros decidan por ti es bastante cómodo, pero tiene sus riesgos. Uno de ellos es que los padres chinos les exigen a sus hijos actuar como adultos sin dejar de tratarlos como niños, doble mensaje que termina por confundirlos, hacerlos temerosos e incapaces de tomar decisiones.

Por ejemplo, a los pequeños se les presiona como adultos para cumplir con las tareas escolares y actividades extracurriculares, robándoles horas de juego y esparcimiento. Hay pequeños que tienen horarios más duros que un oficinista.

A medida que se van formando profesionalmente, los chinos crecen demasiado apegados al hogar, sobreprotegidos, son niños jugando a ser adultos, tímidos, inseguros, inocentes y hasta infantiles.

Recuerdo que el Día Internacional de la Mujer felicité a mis amigas chinas. Nuevamente me cuestionaron la felicitación y les dije: “Hoy es nuestro día”. Inmediatamente me respondieron: “No, nosotras no somos mujeres, somos niñitas”. Y sí, la mayoría de las veces así se comportan.

Lo triste es que a estas “niñitas” de un día a otro se les exige convertirse en mujeres y madres. Una vez que terminan la universidad tienen que competir con millones de egresados para hacerse de un trabajo estable. Y una vez que lo han conseguido, viene la presión de los padres para que encuentren pareja con miras al matrimonio, incluso algunas terminan rentando novio en agencias que se anuncian por Internet, para llevarlo ante los padres y calmar esa ansiedad por verlas casadas. Lo mismo hacen los chicos.

En China, una mujer debería estar casada y con hijo antes de los 30 años, de lo contrario la sociedad comienza a considerarlas “sobrantes” (剩女en chino mandarín), y es difícil que puedan contraer matrimonio.

Cuando llegué a China, muchas de mis amigas eran recién egresadas de la universidad, rondaban los veintiún años, por lo que, en casi cuatro años, he visto como una a una comienzan a casarse y embarazarse, aunque no es precisamente lo que deseaban para su vida.


Algunas de ellas me han confesado: “Mis padres me piden que busque un novio para casarme, pero yo no quiero, todavía estoy muy joven”. Y de estos casamientos bajo presión social tengo más de una historia para compartir, pero eso será en otra entrada.