Estoy segura que cualquiera que lea este blog ha
tenido algún tipo de experiencia con el amor, independientemente del concepto
que cada uno tenga de la palabra.
Ya sea el amor por la familia, los amigos, a una causa
o ideología, a la patria, el que surge a primera vista, el pasajero, pasional o
comprometido hasta la muerte, todos hemos sentido en mayor o menor medida la
fuerza de esta pulsión de vida.
Hace unos días, el mundo le rindió festejo a este
sentimiento con millones de chocolates, flores, tarjetas, peluches, encuentros
pasionales, cenas en restaurantes, globos en forma de corazón y hasta anillos
de compromiso.
China, desde luego, se unió a la celebración como en
los últimos años lo ha hecho con otros festejos de importación occidental.
A diferencia de la Navidad , que los chinos han ido aceptando a
regañadientes gracias al bombardeo comercial, San Valentín ha sido rápidamente
adoptado por los jóvenes, hambrientos de descubrir nuevas formas de amar,
después de que a sus abuelos y padres se les negara este derecho en los tiempos
del ex presidente Mao Zedong.
El líder más respetado del país asiático fue quien
hirió de muerte a cupido durante la Revolución Cultural ,
allá por los años sesenta.
En aquellos tiempos, según un documental producido y
dirigido por Josh Freed y Miro Cernetig, al pueblo chino se le vendió la idea
de que todos tenían que ser iguales y, literalmente, se le obligó a hacerlo.
A los hombres y a las mujeres se les inculcó a mirarse
como hermanos, y a despreciar la idea de sentir atracción física o deseo sexual
entre ellos. Nadie se atrevía siquiera a darse la mano en público.
La ideología de que todos fueran iguales obligó a
ambos sexos a vestir el uniforme de Mao. Además, a las mujeres se les cortó el
cabello y se les prohibió usar toda aquello que las distinguiera del sexo
opuesto, como maquillaje y accesorios.
Entre los cortes de cabello sin estilo, los
ensanchados uniformes, y la falta de un toque femenino, era difícil distinguir
a un hombre de una mujer, como si con esto se quisiera enterrar toda aquello
que despierta el deseo entre ellos.
Si a esto le sumamos que la moda era considerada como
una invención frívola del capitalismo, nadie se atrevía a lucir diferente; lo
más atrevido que llegaron a intentar las mujeres fue hacerle una pequeña
costura a los sacos para marcar su cintura.
Pero esta ideología fue más lejos, el Partido
Comunista elegía a los cónyuges, obligando a cientos de jóvenes a formar matrimonios
sin amor, y limitando el sexo sólo a la reproducción.
Los valientes que se atrevieron a enamorarse fueron
avergonzados socialmente.
Aunque han pasado cincuenta años, la sociedad china
todavía está marcada por este episodio histórico.
Sólo conociendo este antecedente pude entender por qué
mis compañeros chinos me esquivaban cuando quería saludarlos de beso o
abrazarlos, como lo hacemos en muchos países del mundo.
Pude comprender también por qué evitan hablar de amor
o sexo, éste último tema tabú en la sociedad china, que deja al descubierto la ignorancia
o nula experiencia de los jóvenes universitarios respecto a las relaciones
sexuales.
La mayoría de ellos tienen sus primeras vivencias de
amor hasta que entran a la universidad.
Antes de esta etapa es prácticamente imposible, porque
entre la exigencia de los padres y los estudios, y la crítica social que
reciben, incluso de los amigos, por tener pareja, los orilla a esperar hasta la
universidad para hacer sus primeros experimentos con el amor.
Si a esto le añadimos que muchos jóvenes durante su
infancia nunca vieron a sus padres besarse o abrazarse y, peor aún, nunca
recibieron de ellos una muestra de cariño, como me confesó una de mis
compañeras de trabajo, podemos entender por qué los chinos suelen ser
denominados “personas frías”.
Sin embargo, esta realidad comienza a transformarse
rápidamente, como todo lo que acontece en China.
La política de Reforma y Apertura, que se puso en
marcha hace más de 30 años, le ha permitido al gigante asiático no sólo abrirse
al libre comercio, sino también a nuevas formas de ver la vida y experimentar
emociones.
Si bien es cierto que aún existen muchos prejuicios,
tabúes, censura y hasta miedo para expresar los sentimientos, es una realidad
que los chinos están hambrientos por explorar lo que hay dentro de ellos y de
otros.
A pesar de que socialmente son mal vistos, muchos
enamorados hoy en día se abrazan, besan y toman de la mano en público, sin importar
lo que se piense de ellos.
Aunque soy enemiga del Día San Valentín, en este país me
da gusto cuando veo a una pareja de tórtolos derramando miel a través de una mirada,
o besándose en el vagón del metro, porque están disfrutando de aquello que a sus
padres y abuelos les fue negado.
Bienvenido el amor en todas sus expresiones.
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